/César Leal Soto, Geógrafo. Investigador ICAL. Universität Tübingen/ Ha pasado un corto tiempo desde que el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC-EP, han suscrito un acuerdo de paz, proclamando un cese al fuego y de hostilidades de forma bilateral, definitiva y dejación de armas. Lo cual nos hace pensar en cuáles serán las estrategias para el descanso de esas armas. Armas que soportan el desarrollo de la lucha popular colombiana, la cual ha gestado las formaciones y deformaciones de ese país en relación a la producción del espacio.
Un norte claro en su desarrollo, pero complejo en el actual proceso colombiano, será el cambio de paradigma que tendrán las ciudades y poblados rurales, ya que estos han sido el soporte fundamental de las movilizaciones y estallidos sociales.
Las ciudades y poblados, siempre han sido espacios de disputa en las que los diferentes actores han operado a través de relaciones de poder asimétricas, configurando diferentes visiones políticas del desarrollo urbano, de su planificación y de la vida misma. Por un lado, millones de ciudadanos lo experimentan a través de la desposesión urbana, el desplazamiento y la expulsión, negándoseles su “derecho a la ciudad” a través de distintos mecanismos de gobernanza urbana neoliberal. Por otro, vivimos una explosión global de la lucha y de las estrategias de resistencia en lo que podría ser la convergencia de respuestas colectivas ante estas fracturas sistémicas urbanas.
Ahora bien, la representación territorial se basa fundamentalmente en las confianzas y reconocimientos de personas que, en la teoría, poseen la voz del territorio para generar las propuestas a los técnicos de la planificación, quienes serán los responsables de efectuar la síntesis final, generando los cruces de los diálogos y expectativas sociales con la propuesta política estructurada en los usos, planes y programas con los que se proyecta el territorio, enraizado con el cuerpo celular que compone el país.
Con este planteamiento, estamos forzando la tesis en donde vemos que el habitante es parte de una red, donde la decisión de la modificación territorial afecta a la comunidad en diversas escalas, en planos particulares y planos generales. En el plano particular, el efecto es inmediato por la retroalimentación que posee el territorio con el habitante. Es imprescindible asociar el hábitat al espacio, en donde se desarrollará el habitante y como la interacción social será determinado por la topofilia, el amor al espacio en el cual se desarrolla la interacción. Por lo tanto el nuevo espacio de planificación debe ser el resultado del reflejo social, para que de esta forma, el espacio sea construido evolutivamente por el propio habitante, en sus necesidades e intereses, donde el territorio fecundará la promoción social y la articulación de redes, asumiendo los distintos espacios como la construcción de un sistema mayor de relaciones fecundas en donde la horizontalidad será el plano de convivencia y la verticalidad será la decisión colectiva.
Estos aciertos de la paz nos llevan a considerar que las alternativas de lucha son necesarias cuando se posee la convicción y el entendimiento de las historia. Los cuarenta y ocho campesinos marquetalianos, que se hicieron parte de la historia, al entender el proceso histórico que les competía, se convirtieron con las décadas en miles de mujeres y hombres alzados en armas que llegaron a poner en serios aprietos al Estado colombiano, pero que simultáneamente nunca dejaron de hablar de un acuerdo de paz por la vía de las conversaciones civilizadas.
La paz para los afuerinos de los conflictos bélicos suena como una utopía inmaterial, donde se dejan de perseguir los sueños. Esta nueva etapa que vive Colombia, en cambio, nos plasma la realidad de los pueblos oprimidos, donde la expresión válida de todas las formas de lucha, incluso la violencia como herramienta de lucha política, abre los caminos de los entendimientos necesarios en la búsqueda de la síntesis de convivencia social en el territorio.
Ante tal acuerdo, el presidente cubano Raúl Castro proclama que “la paz no es una utopía. Es un derecho legítimo de todos los seres humanos y todos los pueblos. Es una condición esencial para el disfrute de todos los derechos humanos, en particular, el derecho supremo a la vida”. Proclama que nos sujeta a la vida y a la búsqueda de caminos concretos para el desarrollo en equidad para los pueblos.
Debemos estar atentos, el mundo en su conjunto debe ser el garante de la armonía y del derecho a la convivencia territorial. Colombia está desarrollando un proceso altamente complejo en la contemporaneidad mundial por lo que todas las propuestas concretas de proyección político-social, deben ser entendidas en sus plazos y sus formas. Cuidando la identidad y la armonía en la visión de la proyección territorial.